martes, 25 de noviembre de 2008

""" Y gracias a eso tuve la lucidez del condenado: pensé que cuando el ascensor me cortara en dos mitades, yo sería un medio-hombre capaz de entender el universo, capaz de reconocer el problema de la muerte. Y me creí con tiempo de hacer un último chiste antes de desangrarme. "Me pica el pie, que alguien vaya a planta baja y me lo rasque", algo que le dejara claro a los presentes que el Jorge moría, sí, pero sin dejar nunca de ser un comediante.

Esa decisión, la de morir fingiendo felicidad, fue la que le ganó la guerra a la parálisis. Fue más grande el deseo de ser legendario que el miedo a que me aplastase la mole. Mayor el triunfo improbable de que mis amigos convirtiesen en leyenda mi forma de morir, que el riesgo posible a que me matase un ascensor en la madrugada de un martes. """

*fuente: ÚLTIMAS PALABRAS EN UN ASCENSOR


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